martes, 2 de junio de 2009

Windmill - Epcot Starfields


Matthew Thomas Dillon es un excéntrico artista inglés que si dio a conocer en el año 2006 bajo el curioso alias Windmill. Si bien sus primeras tentativas en plan indie no tuvieron demasiado alcance, su debut llegado un año más tarde, por el contrario, le valió un ascenso artístico descomunal. Melodic Records fue uno de los primeros sellos en apostar por Puddle City Racing Lights, pero no a mucho se sumaron cuantiosas firmas que se encargaron de propagar la ópera prima de este artista por España, Japón, Alemania, Estados Unidos y Canadá. El mayor impacto lo causó, sin dudas, en América del Norte, donde, según se dice, irrumpió con la misma fuerza con que anteriormente lo habían hecho artistas como Arcade Fire, Mercury Rev, Grandaddy o Flaming Lips.
El éxito de Windmill se debe, en principio, a su gran apertura de cara al fantástico mundo de las ideas, es decir, el del pensamiento mismo. Pero su infinita imaginación se ve asistida, obviamente, por su enorme maestría en lo tocante a la composición, y sólo después de unificar estas dos grandes virtudes, el artista logra desembarazarse de su preñez. Siendo así, para su segundo trabajo tuvo que obrar de la misma manera en que lo había hecho en Puddle City Racing Lights, y presentando otra vez su exquisito indie pop, ha vuelto con ánimos de superarse a sí mismo.
La confección de Epcot Starfields le valió a nuestro inglés un año de encierro voluntario en su hogar. Sólo después de haber obtenido el hilo conductor de su álbum, Windmill decidió sumar en calidad de colaboradores a Sara Rees (violonchelo), Tommy Heap (bajo) y Helen Page (vocalista), quienes dieron el último toque al material que luego recibió su edición final en los estudios Airtight de Manchester. La segunda obra de este artista gira en torno a ciertos recuerdos que, en medio de su soledad, lo embargaron por completo. La remembranza cardinal es aquella que da nombre al álbum, es decir, un recorrido por el parque Epcot (Disney) realizado en su más tierna infancia. Es de entender que el repaso de aquél viaje lo movió a pensar en que aquella época, en la cual no entraban en juego los malos recuerdos ni las responsabilidades de ningún tipo, fue, con toda probabilidad, la más feliz de su vida. No obstante, al contrastar los años de su niñez con los de su madurez y sumar a esto cierta visión universalista del ser humano, Windmill se ha envuelto, de forma irrevocable, en un sentimiento acentuadamente fatalista. Comienza recordando el paseo por Epcot; después rememora una excursión por el centro espacial Kennedy; a poco no puede evitar sacar a colocación al gran Carl Sagan, y enredando sus devaneos existencialistas con el visionado de la película Tron (Walt Disney-1982), en último lugar resuelve embarcarnos a todos en una nave espacial que por todo fin tiene el de librarnos de ese sufrimiento llamado vida… Es bien claro que todo esto suena pesimista, pero, por otra parte, no es más que la contrapartida de “la nueva esperanza” que había tomado la palabra en su primer álbum. Windmill ha forjado una obra que no sólo actúa como música, sino que también funciona como ejercicio filosófico; una obra bella por su tristeza y categórica por su fuerza...
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2 comentarios:

Gerardo.H dijo...

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Antike dijo...

Gracias por compartir... Sigan con el gran trabajo. Gracias.